The First Son of the Wolfdenmont Household| Capítulo 05: Batallando entre brumas


Capítulo 05: Batallando entre Brumas

1ra Parte

Los cuervos sobrevolaban la fortaleza dando forma a un halo negro en el cielo.

Los hombres de Cyngarfled no podían evitar alzar sus cabezas al verlos batir sus alas sobre ellos. Era una escena curiosa y cuanto menos les hacía pensar, si aquellas aves rapaces de plumaje oscuro eran siquiera capaces de saber lo que probablemente sucedería allí en los próximos minutos.

—¿No es extraño? —Espetó Bilo al ver por encima de su cabeza—. ¿Habían tantos cuervos está mañana?

—Realmente no suelo fijarme mucho en el cielo—Respondió un hombre mayor a su lado—. Además, tengo mejores cosas que hacer que fijarme por donde andan esas ratas con alas.

—Debería importarte —Replicó Bilo al ver el tono indiferente con el que le había respondido su compañero—. Los cuervos son una presagio muy importante antes de las batallas. Uno de mis primos me dijo que los grandes magos de antaño eran capaces de leer el resultado de las batallas con solo ver la forma en como se anglomeraban antes de una.

—Ah… —Vocalizó el hombre, apenas mostrando interés en lo dicho por el joven— Eso explica porque se dedicaron a ser magos y no estrategas de guerra.

—¡Pero es la verdad!

—Bilo, es muy fácil decir “te lo dije” o “debimos hacer esto antes” cuando ya ha pasado lo que tenía que pasar —Dijo el soldado sin siquiera voltear a mirarlo—. La magia es asombrosa y todo, pero es imposible que alguien sepa quien carajos va a ganar un combate solo por unos jodidos cuervos en el cielo.

El joven Bilo continuó replicando con la vista al frente.

A pesar de estar charlando tan jovialmente, ambos en realidad no habían volteado ni un minuto a verse el uno al otro. De hecho el simple acto de ver el cielo no había sido más que una breve distracción, tras su constante y perpetua vigilancia, una distracción que se disipó bastante pronto.

Lo que se encontraban mirando ahora mismo era aquella espesa e impenetrable muralla de niebla que desde hacía cinco horas habían permanecido de frente a los muros de la fortaleza. Se podía decir que la situación acción actual había alcanzado el punto mas alto de tensión que podía ser posible.

Aunque no era claro y el General Shaenus no había confirmado nada, era más que obvio. Habían pasado mas de cinco horas desde que el mensajero de Thorley había atravesado los muros para hablar con Shaenus. No tener ni una palabra sobre eso a estas alturas solo podía significar el escenario mas evidente y obvio posible para estos hombres.

Una batalla se libraría pronto.

—Ustedes dos están muy relajados —Intervino un tercer hombre en la conversación.

Tenía una calva incipiente, su barba era poblada y su pelo canoso. Se encontraba sentado justo al lado de ellos, pero a diferencia de los primeros dos, el hombre tenía su atención dirigida a sus hombres.

—Ya quisiéramos, capitán —Dijo el joven Bilo al escuchar la impetuosa voz de anciano—. Lamentablemente, la realidad es otra.

Bueno, es que la verdad los veo tan comodos hablando trivialidades que no puedo pensar que esten realmente nerviosos.

—Hablar me distrae de pensar mucho señor.

—Si no te conociera bien, diría que hablas estupideces cuando estas nervioso… Pero lo cierto es que siempre hablas estupideces. Así que no cuenta —Dijo en tono burlón el otro soldado mayor a su lado.

—¡Dime, Ragnar! ¡¿Que tiene que ver eso con lo que estábamos hablando?!

—Nada. Solo pense que era algo que el capitán debía saber.

—Jajajaja —El hombre mayor soltó un par de carcajadas al escuchar lo dicho por Ragnar.

—¡General Volker! —Exclamó un soldado adelante de la posición en la que encontraban los tres, dirigiéndose al mas mayor de ellos.

El anciano percatándose del pavoroso llamado respondió. —¿Qué sucede, Rainor?

—¡Aquí vienen! —Exclamó.

Repentinamente de la niebla, a más de 500 metros de distancia. Los soldados de Thorley avanzaban como una gran manada hacia las puertas del muro.

—Jeh —Sonrió débilmente el hombre—. Ni siquiera esperaron a recibir una respuesta formal…

El hombre habló con un tono reflexivo, como si sus palabras fueran dirigidas a si mismo.

—¡Soldados! ¡Alcen armas! —Gritó el anciano esta vez con un tono imperante—. ¡Protejan esta fortaleza! ¡Si es necesario gasten sus vidas en ello! ¡No permitan que esos perros del rey nos amedrenten!

Los soldados quienes ya tenían arcos en sus manos se pusieron en posición. Los Geomantes dirigieron su atención hacia los gigantescos pedruscos apilados lateralmente en el interior de la fortaleza. Los Piromantes empezaron un rápida conjuración varias antorchas prendidas a su alrededor.

El resto de los soldados apretaron fuerte sus espadas y esperaron el momento.

De esta forma, la batalla entre los soldados de Cyngarfled y Thorley formalmente había empezado.


2da Parte

—Punto de Vista de Waldo—

La señal fue dada.

Un relámpago azul resplandeció en el interior de la niebla iluminando todo nuestro alrededor por un leve instante. Nuestra formación no tardo nada en captar la naturaleza semejante acto. Los primeros en salir fueron las varias compañías de mercenarios que habíamos contratado. Uno tras otro salían de la bruma a paso apresurado, extrañamente emocionados por avanzar hacia le campo de batalla.

Estos pobres infelices… pensé para mis adentros al verles con una actitud tan ingenua.

Aunque de cierto modo era algo tranquilizador, resultó mucho más fácil movilizarles. De haber sido un grupo mas consciente de todo la historia relacionada a Cyngarfled, podría haber sido muchísimo mas complicado conseguir realizar una carga tan osada a la primera.

Pensando detenidamente, yo tampoco entendía muy bien cual era la intención con este plan. Sin embargo, el comandante me lo había asignado a mí. Era mi deber responder de la mejor forma posible a la situación.

Exhalando algo de aire, liberé una fuerte voz, algo muy poco usual en mí y alenté a mis soldados a realizar la marcha justo detrás de la tropa de mercenarios que se había adelantado.

Pude sentir la neblina deslizarse a nuestro alrededor mientras despegábamos nuestros pies violentamente del piso. No tardamos nada en salir de aquel manto brumoso que nos arropaba para ver de lleno el prado.
Paso tras paso, el sonido de centenares de hombres corriendo era todo lo que podía registrar mis oídos, mientras mis ojos veían de forma desenfocada casi un millar de siluetas moviéndose de un lado para otro sobre un campo de color verde pardo.

Un sonido ensordecedor fue lo siguiente que escuché. Apenas con el rabillo del ojo pude percatarme de como una gran «Bala Pétrea» impactaba el suelo. Como una metralla sus fragmentos se dispararon en todas direcciones. Los hombres a lo largo de una fila a partir de ese punto caían sin vida al suelo, tras recibir el impacto de los pequeños fragmentos de roca que despedazaban sus cuerpos.

No tome tiempo alguno para vacilar, ni flaquee en mi actuar. Mantuve mi marcha y seguí de frente contra la lluvia de hechizos que era arrojada sobre nuestras cabezas.

Bolas de fuego surcaban por encima de nosotros en fracciones de segundo. Para el caso ni siquiera nos molestábamos por hacer intento alguno en evadirlas. De por si era suficientemente difícil el mantener la marcha sin tropezar entre prisas y marabuntas, por lo que no había mayor acción defensiva para estos hombres y yo que llegar al muro antes de que acabáramos siendo alcanzados por el fuego enemigo. Llegado a este punto era más una cuestión de suerte el morir o no.

Seguí corriendo esperando en ser impactado por algo en cualquier momento, pero para mi sorpresa, a pesar de que la posición que ocupaba en el frente, el mayor foco para los ataques se dirigía hacia el centro y la parte trasera. El sonido de los fuertes estruendos solo podía darme la noción de que la situación a mis espaldas, más no podía permitirme el lujo de voltear la mirada hacia atrás.

Continuábamos corriendo hacia el frente. No tenía tiempo para confirmarlo, pero cadáveres de muchos cientos de mercenarios comenzaban a verse apilados sobre las inmediaciones de nuestro horizonte. Al mismo tiempo, el terreno cada vez se volvía mas irregular a causa de los conjuros de fuego y tierra que constantemente impactaban nuestro alrededor levantando tierra y pasto por doquier. Aún así no flaqueábamos, nuestra meta era aquel muro gigante que se alzaba 35 metros hacia el cielo.

Inmediatamente llegamos a la marca de los 300 metros dí la orden.

—¡Hechiceros! ¡Fuego y Tierra! ¡Ya!

Llegado a la zona mas peligrosa ordene a los hechiceros empezar su ataque.

No tardaron mucho. Antes de percatarme las balas pétreas y los bolas de fuego volaban en sentido opuesto, desde nosotros hacia ellos, arqueándose con el fin de golpear en la parte superior del muro. Aún así resultaba muy difícil que asestaran, mientras mantenían la marcha. El objetivo se encontraba a una altura colosal y nuestros hombres estaban nerviosos y apurados por la situación en la que se habían lanzado.

Ni bien pensaba en dar la siguiente orden escuché un estridente sonido, y en un acto de reflejo meramente animal gire mi cabeza rápidamente en dirección a la fuente del ruido.

Una explosión de fuego de una tamaño abismal fue lo pude ver al dirigir mi vista hacia allí. El monstruoso efecto explosivo de aquel hechizo había impactado una tropa relativamente distante a nosotros, aún así pudimos sentir la fuerte ola de calor golpeando nuestros rostros. En un solo instante doscientos hombres habían desaparecido casi por completo, en su lugar solo quedaba un gran carácter negro que mostraba el daño dejado por aquel hechizo.

Tan pronto lo vi entendí lo que había pasado. —Los Cañones de Torden…—.

—¡Avancen! ¡Nos están disparando con la artillería pesada! —Exclamé casi de inmediato—. ¡Corpomantes! ¡Refuercen!

Cánticos ilegibles y pronunciados a una velocidad asombrosa se llevaron a cabo casi de inmediato. Repentinamente sentí como si una onda de energía repusiera y revitalizara todo mi cuerpo. No, más que revitalizar era un sentimiento mas parecido a intensificar. La fuerza de mis músculos, la ligereza de mis pies, todo se sintió repentinamente aumentado. Mi armadura ya no pesaba tanto y apenas sentía que lo que llevaba en mi mano era un arma real, sintiéndose más como un espada de madera.

—¡Empujen! —Fue el gritó que hicieron seguido de eso los soldados que pasaban junto a nosotros.

Muscolos y torretas de asedio pasaban siendo empujadas a nuestro lado. Fabricados en madera y recubiertos con acero en la medida de lo posible, estas grandes edificaciones se movilizaban a la par de nuestros soldados. Aunque aun y con su monstruoso tamaño, frente al arsenal enemigo la protección que estas brindaban era mas bien poca.

Pese a todo, el avance de las torretas y carros aceleró en una manera vertiginosa. Los hombres empujaban cada vez mas rápido aquella enorme edificación de 33 metros, que se alzaba hasta casi llegar a la misma altura de la muralla que nos esperaba al frente. Los músculos no tardaron nada en adelantárseles, mientras seguíamos a la cabeza de la formación.

No pasó mucho tiempo hasta de que volviera a ver otra estruendorosa explosión azotar a un lado de nuestra formación. Sin embargo, no me tome el tiempo en apreciar el daño, más para no sentirme desalentado por el arremetida unilateral de la que estábamos siendo víctimas, que por el deseo de no hacerlo.

Mi cabeza se sentía agitada. Las figuras al frente de mí apenas eran más visibles que una sombra, mi visión comenzaba a centrarse en un solo punto. No tardé nada en darme cuenta de lo que me estaba pasando, simple y llanamente estaba demasiado nervioso, y no me cabía la duda de que los hombres detrás de mí lo estaban más.

—¡Psicomantes! —Grité, pidiendo la respuesta del grupo de magos especializados que debían encontrarse en mi formación—. ¡Relajen!

Paso un tiempo, mientras manteníamos la marcha hacia adelante y no hubo respuesta clara de ningún tipo.

—¡Psicomantes! ¡¿Dónde están?! —Exclamé al no haber recibido ninguna respuesta.

—¡Señor! ¡Creo que quedaron resagados en la parte posterior! —Respondió uno de los hombres a mi lado.

—¡Pero ¿cómo?! ¡Se supone que debían estar a la cabeza de la avanzada! ¡¿Qué paso?!

—No lo sé… Se separaron de nosotros en el trayecto. Saber donde se encuentran ahora sería algo difícil…

—Maldición… Entonces… —Antes de poder terminar de hablar, sentí como era rápidamente sacudido por una fuerza demoledora. El resonar de aquel estruendo recorrió todo mi cuerpo en un instante. Apenas llegué a vislumbrar un flasheo cegador antes de encontrarme desorientado, mientras sentía como mi cuerpo daba vueltas y vueltas por el suelo.

A medida que rodaba sentía como las placas y partes de mi armadura se desprendían, mientras en un intento inútil por parar intentaba afincar mis brazos y piernas en algo que pudiera detener mi constante movieminto.

Finalmente, me detuve completamente aturdido, postrado sobre el suelo. Mi cabeza era un lío, no podía entender que había pasado y mis ojos a duras penas podían enfocarse en algo. Probé suerte dirigiendo mi vista hacia la ubicación de la cual creí haber salido despedido, solo para encontrar un gran cráter en suelo, y alrededor de este un montón de cadáveres calcinados. Viendo un poco más hacia adelante pude percatarme de como los restos de la torreta de asedio yacían dispersados en fragmentos diminutos por todo el campo de batalla.

Los cañónes… pensé casi de inmediato al ver lo sucedido.

Sentí un golpeteo en la espalda. Me voltee y vi a un par de hombres observándome con una cierta cara de estupefacción en sus rostros. Podía ver sus labios moverse, pero nada mas que un pitido sordo era lo único que mis oidos podían registrar. Aún así, no era necesario el escucharles hablar para saber que era lo que me estaban preguntando. Seguramente querían ordenes, querían que alguien les dijera que hacer en esa situación.

Puse fuerza mis piernas para levantarme, y aún sin recuperar del todo mi audición, dispuse a guiar al resto.

Me sentía mas ligero que antes, no me tomo nada el percatarme porque, la mayor parte de mi armadura se había desprendido tras explosión. Apenas parte de mi peto, guanteletes y grebas quedaban intactas.

—¡Los que estén vivos, levántense! —Grité, esperando no ser el único quien hubiera sobrevivido a aquel demoledor ataque.

Los hombres comenzaron a levantarse del suelo, empujando a un lado tanto cadáveres, como partes de sus armaduras que se habían desecho.

—¿Hay algún curandero, vivo? —Pregunté al ver la masiva cantidad de heridos que se podían vislumbrar entre los supervivientes.

—Díganos, señor —fue lo que pude leer en los labios de algunos de los hechiceros, quienes se las habían ingeniado para salir con vida de la explosión.

—Ayuden a los que se encuentran heridos, y retírenlos hacia la niebla —Les dije, mientras les hacía un gesto con el fin de que se largarán—. Quiero hombres que ayuden a los heridos, y necesito otros más que sigan conmigo el avance.

Los murmuros desmotivados podían oirse al escuchar el avance, pero no duraron demasiado tiempo. Mis hombres eran listos, sabían que en medio del campo de batalla no era un lugar oportuno para librar largas discusiones.

—Nosotros seguiremos con usted, Coronel —Dijeron aproximadamente un centenar de hombres de los casi trescientos que aún podían permanecer en pie—.

—Bien, el resto retírense —Dije de manera apresurada, mientras me dedicaba a continuar con la marcha.

—¡Flechas! —Repentinamente escuché a uno de mis hombres gritar.

Al mirar al cielo pude a ver un cantidad enorme de flechas surcar los vientos en dirección hacia nosotros.

Flechas, ya debemos estar en el rango de los 200 metros… pensé al verlas volar hacia mí, al mismo tiempo que tomaba el escudo mas cercano a mi para poder cubrirme.

—Escudos —Grité lo más fuerte que pude, mientras alzaba el mio.

La mayoría de mis hombres siguieron mi ejemplo casi de inmediato, sin embargo algunos fueron o demasiado lentos para reaccionar a la orden, o desafortunados por haber perdido el suyo durante la explosión.

Al mismo tiempo que sentía como las flechas rebotaban sobre aquella maciza placa de acero, también pude ver como los cuerpos de aquellos que no fueron tan veloces quedaban agujereados por la insana cantidad de proyectiles que llovían sobre nosotros.

Paro la oleada, quité mi escudo y vi un número aún mayor de cadáveres de los que teníamos antes. La gran cantidad de flechas que había volado hacia nosotros, se había asegurado de rematar a la mayoría de los heridos que no habían muerto en la explosión.

—¡Maldición! ¡Al menos déjennos reponer, hijos de puta! —Dijo uno de los curanderos visiblemente molesto, al ver muerto a uno de los hombres a quien hasta hace un momento se encontraba intentando tratar.

—¡Bien, soldados! ¡Cambio de planes! ¡De aquí hasta el muro solo son 200 metros, ya hemos hecho mas de la mitad del recorrido! ¡¡Llegamos al muro y abordamos, los necesitaré a casi todos para hacerlo!!

Los hombres se veían dudosos de mis ordenes, mas no las cuestionaron, ni hicieron pregunta alguna. Quizás lo que mas podían discutir era si llevar a los heridos de regreso, pero en general eran muy pocos los heridos que habían quedado vivos, tras aquella increíble oleada de flechas. Aún así deje unos pocos hechiceros y soldados atrás, mientras avanzaba con la mayoría de los soldados.

—¡Corpomantes! ¡Refuercen! —Grité a los apenas tres o cuatro de ellos que quedaban.

No sentí la misma sensación revitalizante de antes, pero era mejor que nada.

Continuamos el avance imperecedero, las flechas llovían sobre nosotros, al igual que las balas petreas y las enormes bolas de fuego, sin embargo no estaba dispuesto a flaquear ahora.

—¡Geomantes levanten muros! —Grité dando la orden, al mismo tiempo que pilares alzaban delante nuestro dandonos cubierta sobre ciertos proyectiles que volaban hacia nosotros.

—¡Piromantes! ¡Fuego! —Ordené casi de inmediato.

Grandes «Volidas» surcaban desde nuestra posición, y se las arreglaban para impactar el muro enemigo y de paso tumbar a algunos cuantos hombres.

¡Aún podemos! Pensé con entusiasmo para mis adentros.

Pude ver la situación de los mercenarios, quienes encontraban menguados a causa de haber recibido de frente la mayor parte de los ataques lanzados desde la fortaleza, sin embargo aún seguían siendo un número considerable. Al mismo tiempo, al fijarme en la distancia que faltaba para llegar a la muralla me percate de que esta se encontraba a menos de 100 metros de distancia.

El tiempo que habíamos tardado en cortar la distancia de los últimos 600 metros parecía eterno. Sin embargo, irónicamente a estas alturas unas cuantas decenas de metros no parecían nada.

Estábamos agitados, cansados y las bajas eran masivas, sin embargo aún teníamos una fuerza de asalto lo suficientemente grande como para ocasionar algún daño. Al menos, confiaba en eso, y era a causa de ese pensamiento que decidí no dar la orden de retirada.

Todos avanzamos como una gran horda, dispuesto a llegar al muro. A medida que nuestros pies tocaban el suelo una y otra vez mas cerca nos veíamos de nuestra meta. Sin embargo, esto cambio subitamente de un momento a otro.

El frente de hombres que teníamos delante nuestro desapareció repentinamente. O más bien, lo correcto sería decir que se hundieron. Los hombres cayeron por debajo del piso en el que se encontraban.

En el momento no lo entendí debido al furor de la situación, sin embargo tras pensarlo un poco no me tomo mayor esfuerzo darme cuenta de que era lo que había pasado.

—¡P-Paren! ¡Paren! —Grité balbuceante y desesperado, mientras sentía como el empuje de mis soldados me orillaba cada vez más hacia aquel precipicio—. ¡Barranco! ¡Paren! ¡Hay un barrancooooooo!

Como ovejas hacia el matadero, yo y los hombres a mi cargo avanzábamos hacia nuestras muertes, mientras desesperadamente vocíferaba sobre el peligro que nos esperaba mas adelante. Paso algo de tiempo antes de que la mayoría tomará conciencia y parara. Muchos al frente cayeron en la trampa antes de que eso sucediera.

Ni siquiera podía entender como era que habíamos sido tan imprudentes y ciegos, para no percatarnos esa gran, amplia y profunda zanja que se extendía por una longitud equivalente a la del muro. Mientras pensaba en nuestro gran y mortal descuido, podía ver a los hombres dentro de esa gran hundimiento, mientras se retorcían en una líquido viscoso de color negro.

—¿Eh? ¿Qué es eso? —Escuché preguntar a uno de los hombres al lado mío.

—Espera… —Al ver la sustancia dentro del barranco, y el como esta se movía alrededor de los soldados que habían caído dentro, no me tomó mucho entender lo que era.

—¡Salgan de ahí! ¡Eso es Brea! —Grité, mientras contradictoriamente me alejaba hacia la parte de atrás. En realidad, sabía que era lo que iba a suceder, y sabía que no iban a lograr salir de ahí, sin embargo me era imposible decir o hace otra cosa que fuera de ayuda.

Los hombres a mi alrededor, no tardaron en darse cuenta de que mi advertencia también aplicaba para ellos. Rápidamente muchos de nosotros comenzamos a alejarnos de la zanja.

—¡Fuego! —Un grito al unísono se oyó provenir de la parte superior del muro.

Lo siguiente que pudimos ver fue un as de fuego descender hacia la zanja, mientras gritábamos y nos alejábamos lo más que podíamos.

Lo que vino después fue el fuego, el calor y el olor a carne quemada. Implacables gritos de dolor se alzaron, mientras toda la brea alrededor de la zanja se quemaba y ardía.

Algunos hombres que no habían caído fueron aún así alcanzados por la llamarada que rápidamente se alzó cuando el fuego y la brea hicieron contacto.

Al mismo tiempo que los gritos de dolor y desesperación de los camaradas que no podíamos ayudar se oían, la única visión que teníamos era una gran e infranqueable muralla de fuego que se alzaba de manera imponente y devastadora ante nuestros.

Pude oír los murmullos, ver el temblor en su cuerpos y sentir el miedo de mis soldados. Como no iba hacerlo, yo me encontraba igual que ellos. Asustado, vacilante y saber muy bien que hacer frente a la sorpresiva situación. Más no tuvimos mucho tiempo para pensar, antes que nos diéramos cuenta el ataque enemigo se reanudo con proyectiles de piedra y fuego que arremetieron de manera inclemente e inesperada, en medio de nuestro momentáneo letargo.

Mientras veía como la matanza unilateral empezaba nuevamente, pude entenderlo. Habíamos sido trancados, no podíamos hacer otra cosa que huir. Huir era la única y más inteligente opción que nos quedaba. Al menos única, si nuestra intención era continuar con vida.

—¡Geomantes! ¡Muros! —dí la señal, mientras incitaba a mis hombres a retirarse.

—¡Piromantes! ¡Hagan fuego de cobertura!

Los pocos hechiceros que aún quedaban con vida, no tardaron en acatar de inmediato las dos ordenes dadas. Los muros se alzaron desde la parte delantera, mientras los piromantes disparaban su fuego amparados por la protección que brindaban por estas.

De inmediato, continuamos la retirada. A nuestra espalda podía oír y sentir el golpeteo de las flechas y pedruzcos que se nos disparaban durante la huiada. Perdimos, algunos muchos hombres más, mientras nuestras tropas se retiraban hacia la densa bruma de la que habíamos salido. Y mientras mis hombres caían habitados, solo podía sentir algo.

La indignación de una gran derrota.



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