AnnA (Prólogo)



Prólogo:


En una sala de interrogación con solo una luz muy pequeña, me encontraba siendo presionado por un hombre rapado vestido de traje negro con una cicatriz en el ojo derecho y un parche de tela negra en su ojo izquierdo.
―¡Habla ahora! ―preguntó gritándome ahora al oído.
―Les dije que… no sé… nada… ―dije intentando agarrar un poco de aire, por los golpes que recibía en el estómago seguidamente― Todo fue un error… ―intenté seguir explicándole, pero el hombre solo siguió golpeándome el cuerpo para producirme dolor y hacerme hablar.
―¡Que hables! ―repitió varias veces más mientras seguía dándome más y más golpes.
De pronto, una puerta de corrediza metálica se abrió detrás de él, dejando entrar a una mujer blanca de cabello largo negro que vestía de pirata, un traje ―vestido― rojo con blanco por dentro, un sombrero negro detrás, una bandana roja y tenía botas negras. También cargaba con los adornos típicos de los cuentos piratas; un parche negro en el ojo ―izquierdo también― y un loro posado en su hombro derecho, que al parecer era holográfico..., y el cual solo se dedicaba a gritar; «Temanme, he vuelto» una y otra vez. «Un muy buen intento de representar a un pirata… pero es un traje que tenía siglos sin ser representado, se ve raro» pensé al verla.
Ahora... si se preguntan cómo llegué a esta situación con estos piratas… comenzaré a contar la pequeña aventura que yo y mi hermana, tuvimos pocas horas antes.


Era un día como cualquier otro… salía de mis clases en la universidad… la única que había en donde vivía… donde vivía, se preguntarán… bueno, es fácil y difícil de explicar al mismo tiempo…
La humanidad vive ahora en domos artificiales en lo que queda del planeta Tierra. Ya que hace algunas décadas atrás, se produjo una catástrofe que fue provocada por unos científicos que experimentaban con la inteligencia artificial… Sí, algo que pensaban que funcionaría, funcionó… pero de la peor manera posible. Y que, en muchas películas, se había visto pasar…
Ahora volvamos a la historia… cuando salí de la universidad, uno de mis amigos llamado Daniel, un típico amante ―como yo― de la animación, me detuvo, mostrándome una de las nuevas series animadas que estaba de moda. Era algo como… Torres… algo… Torres Divididas, si es que no recuerdo mal. Se trataba de una historia medieval típica, que relataba la historia de dos hermanos que luchaban entre sí, para obtener el poderío de un reino.
Okey… cada vez me dejo llevar… continuo. Después que me la mostrara, salió primero del salón de clases, y luego, parado en la puerta, me dijo que me esperaría abajo ―ya que estábamos en el tercer piso de la universidad―. Cuando estuve listo ―lo cual fue en unos tres minutos―, escuché nuevamente su voz llamándome desde la planta baja.
―¡Eh, Einstein!, ¡Baja rápido! ―gritó fuertemente y todos los demás salones que aún tenían clases lo escucharon.
Algo que me dió algo de pena… y no por mí, si no por aquellas almas en pena que aún seguían tomando clases de repaso por fallar los exámenes finales.
―Ya bajo! ―le grité por la ventana del salón, el cual estuve contemplando por última vez, ya que las clases se habían acabado dos días antes, un miércoles... para ese día ―en el que estábamos―, viernes.
Recogí mis cosas rápidamente, cerré la puerta del salón con la llave que me había prestado el conserje y se la devolví bajando a la primera planta, para encontrármelo aún barriendo el piso. Luego de devolver la llave, salí del edificio, y frente al portón principal, me esperaba mi amigo observando su título de graduado; el título de ingeniería… y mientras lo hacía, veía como lágrimas corrían por su rostro.
―¿Te vas a poner a llorar ahora? ―comenté burlándome de él.
―Ya no veremos a nadie… quizás en alguna que otra reunión a la cual nos inviten, pero… ―dijo llorando aún más.
―Vamos, no es para tanto… además, aún tenemos sus números y podemos chatear con ellos… ―le respondí a su acto de lástima.
―Es cierto… ―contestó rápidamente para luego secarse las lágrimas, y seguido, comenzar a caminar como si fuese un juguete dañado. Paso a paso y casi congelado.
―Estoy seguro no te quiere ir… pero solo debemos seguir, aún nos queda mucho por vivir ―dije intentando animarlo, cosa que no sirvió del todo.
Lo seguí detrás, y después de pasar por un camino lleno de árboles con hojas amarillas, rojas y naranjas que se caían rápidamente, comprendí que este era el último verano donde veríamos de cerca la universidad juntos… Poco después, llegamos a una intersección de caminos en forma de Ye que nos anunciaba la última despedida.
―Bueno, es hora de irse a casa… tú por aquí… y yo por allá… ―dije señalando a la izquierda y luego a la derecha mientras me paraba al medio de la intersección― Espero volver a verte pronto friki… ―dije dándole un abrazo de despedida, el cual fue recibido con lágrimas y mocos por su parte.
―Nos... vemos… ―dijo por última vez y echó a llorar alejándose por su camino, el cual daba a una empinada escalera hacia los barrios bajos del domo. Sí, aún había gente de clase media-baja…
Me dediqué a solamente observarlo con la mano extendida dándole un adiós gestual mientras se alejaba. Luego, inmediatamente que se alejó, grité; «Ya puedes salir...». Y una persona detrás de los árboles del camino salió de su escondite obvio para acercarse lentamente hacia mí.
La persona era una mujer joven de cabello largo blanco ―como el mio, solo que el mío era corto―, de casi mi estatura, que vestía relativamente igual… un traje blanco ―aunque el de ella era un vestido corto― de graduación que nosotros mismos tuvimos que confeccionar, ya que no habían togas blancas para Cum Laude… y como nos dejaron elegir que usar, decidimos crear nuestros propios atuendos.
―Veo que aún tienes tus sentidos activos… ―dijo ella como si me creyera un super humano.
―Sí, no por nada soy tu hermano y me entrenaron como a ti ―le respondí naturalmente.
―Bueno… ―dijo observándome desde abajo mientras inclinaba su cuerpo hacia delante― ¿Seguimos? ―preguntó luego, agarrándome del brazo al volver a una posición estable.
―No te me pegues tanto… ¿que pasa si alguien nos ve? ―dije con pena.
―Somos hermanos… ¿que tiene de malo eso? ―me preguntó y me jaló del brazo para comenzar a caminar.
Yo solo me dejé llevar a jalones para subir por la parte derecha de la Ye, la cual daba a una gran colina con una inmensa casa marrón en lo alto... Nuestra casa.
Al subir la colina, pasamos por un portón automático que se activó con nuestras voces, huellas dactilares… y muestras de saliva. Sí, teníamos demasiada seguridad… Nuestros padres eran extremadamente sobreprotectores…, y no con nosotros precisamente. Algo que realmente odiaba en ese entonces.
Al llegar a la puerta principal de madera ―la cual tenía barrotes por dentro por todas partes―, tuvimos que activarla con la digitalización de nuestros ojos... Y desactivar poco después la seguridad con unas tarjetas especiales, que cada miembro de la familia debía tener al momento de ingresar a cualquier parte de nuestra propiedad ―a excepción del interior―.
Al pasar la estricta seguridad, llegamos por fin al pasillo principal. Un largo pasillo de unos veinte metros de largo y cuatro de ancho, donde habían por todas partes, cuadros, mesas con flores y otros artículos decorativos como estatuas y estatuillas de cerámica pintada. A los lados se encontraban las habitaciones principales; la sala a la izquierda, la cocina-comedor a la derecha, al final, dos cuartos y un baño, junto con una escalera que daba a más habitaciones.
Todos, y absolutamente todos ―incluyendo nuestras mascotas―, teníamos habitaciones por separado… así de adinerados e importantes eran nuestros padres.
―Esta casa siempre tan fría… Enciende la calefacción por favor, ¿quieres? ―le pedí a mi hermanita el favor, ya que a mí me tocaba cocinar la cena de ese día.
―Ya mismo ―respondió mientras se quitaba los zapatos antes de entrar completamente a la casa.
Una costumbre que teníamos gracias a la presencia de una madre mitad asiática… aunque nosotros la aprendimos y usamos solo por respeto… o creo que solo era mi caso… Luego, fue directamente a encenderla y todo el lugar comenzó a calentarse, incluyendo la cocina, ya que coloqué las llamas de estas al máximo… Preparé la cena, comimos, vimos televisión y nos fuimos a nuestros cuartos… nuestra típica reunión diária.
Me quedé en mi habitación observando desde el balcón la luna, ya que no podía dormir. Mi cuarto quedaba en el segundo piso, al igual que el de mi hermana.
A eso de las once de la noche, vi varios destellos a lo lejos que provenían de la zona de carga del domo. Eso me sorprendió, ya que hacía mucho que no se usaba... y me sorprendió más aún ver como naves plateadas con rojo llegaban desde las compuertas de entrada al domo.
Me alisté lo más rápido que pude y salí de mi cuarto. Antes de poder siquiera pensar en escabullirme solo, mi hermana estaba frente a mi puerta esperándome. «Te tardas demasiado… ya casi se van seguro» me dijo como si supiera lo que estaba pensando hacer… Aunque sí que lo sabía, ya que a ambos nos encantaba irnos de aventura a explorar de vez en cuando por los alrededores, cuando nuestros padres no se encontraban… y como la vigilancia era estricta, pero no medida por fechas u horas, nos facilitaba la escapada.
Al salir, abriendo desde el interior todas las compuertas y cerrándolas ya fuera con un temporizador, nos dirigimos a la zona de mantenimiento, donde se encontraba la zona de carga. Pasamos por una base militar desolada y abrimos un pedazo ―donde cabíamos perfectamente sin la necesidad de agacharnos ni nada, que estuvimos cortando de a poco con los años― de una gran cerca metálica que la rodeaba para pasar.
Allí, nos encontramos con el grupo de naves que dejaban salir y entrar a gente vestida de manera extraña y sospechosa… sí, los piratas. Bandidos espaciales vestidos de piratas… algo muy de lo más extraño. Estos llevaban cajas y cajas de cosas que sacaban de los contenedores… los cargamentos eran de… Bueno, el recurso más valioso de la actual Tierra… Comida y ropa. Todo gracias a la catástrofe… viva.
Al principio pensamos en irnos y contarles a nuestros padres... pero seguramente nos amonestarían y nos vigilarían aún más… así que la idea simplemente desapareció de nuestras mentes y optamos por un plan Hache; Hacia delante.
Cuando estuvimos lo suficiente cerca del lugar donde sacaban y metían los cargamentos ―la nave más grande de todas―, sucedió lo que probablemente sabíamos que pasaría. La Policía Espacial llegó con más de veinte patrullas y dos equipos de Élite... Todos con sus colores de siempre; azul con negro, junto con las luces intermitentes de rojo y azul. No tuvimos ni tiempo para contemplar el paisaje desgastado del lugar, pero sí que recuerdo que casi se caía a pedazos. De allí, la fiesta se encendió, obligándonos a escondernos en uno de los contenedores abiertos cercanos... todo para no ser convertidos en baterías entre el desgaste de energía de plasma y ráfagas eléctricas de los tipos de armas que hasta ahora se utilizan; las armas láser prototipo. Sí… en ese entonces se comenzaron a usar esas armas que nadie sabía de dónde salían, ni quién las creaba… aunque los rumores decían que había sido la misma policía espacial junto con la ayuda de un científico que odiaba a la humanidad y que querían con ellas erradicar completamente, o controlar, nuestra raza.
Luego, el cargamento donde nos encontrábamos comenzó a moverse introduciéndonos en la nave pirata… ¿Como supimos que era la nave pirata?... porque había una especie de cristal que daba hacia el interior-exterior. Supongo que servía para revisar el contenido… Luego, cuando estuvimos seguros, aunque muy sorprendidos y sin saber que hacer, decidimos esperar a ver que sucedía con nosotros. Sí, nos habíamos rendido… Aunque sabíamos que hubiera sido mejor volver a casa desde el principio… pero ya era demasiado tarde.
Poco después, los piratas abrieron el cargamento, nos encontraron allí muertos de calor… y… bueno… ya sabeis el resto.

―¿Me estas diciendo que todo comenzó por una mera mala suerte? ―pregunta un hombre alto, moreno, de cabello negro corto, vestido con un traje negro elegante el cual también posee como adorno un parche negro para y puesto en el ojo derecho, pero que este no estaba enganchado con algún tipo de cuerda.
―Así es… ―responde un hombre blanco de cabellera larga blanca con un aspecto físico de alrededor de cuarenta años de edad, que viste como los piratas descritos; sombrero negro, camisa abierta manga larga roja, camisa blanca de algodón por dentro, pantalón negro, botas y un loro holográfico en el hombro, sin el parche.
―Guao… no pensé que alguien pudiera tener tan mala suerte… ―dice el otro hombre mientras observa a su alrededor lo que es un cuarto oscuro, una mesa de metal, una lámpara de gran tamaño alumbrándolos en el techo y otros tipos de luces las cuales están apagadas― Espero que no estés inventando todo… ―continúa luego el hombre después de observar el lugar.
―No. Todo es cierto… ¿o no?, ¿señorita Alma? ―le pregunta el hombre rápidamente a una mujer baja albina, de cabello corto, el cual tiene mechas plateadas brillantes que son acompañadas por anteojos curvos grises y que viste un atuendo empresarial de secretaria gris claro, junto con una bata de laboratorio blanca.
―Según mi información, así es… ―responde la mujer mientras se acomoda sus lentes caídos levemente, en la posición que deben ir.
―Entonces es la verdad… y eso es parte de lo que realmente fue en esos tiempos ―comenta el hombre cuarentón.
―Bueno, ¿y hay algo más que debas añadir a las cosas importantes de la historia? ―pregunta el interrogador.
―Hazlo rápido, creo que pronto deberemos irnos a receso ―dice la mujer detrás, observando un reloj digital en su muñeca izquierda.
―Solamente que apenas voy comenzando… aún falta la parte más importante de esa noche y lo poco que quedó de esa tan ajetreada madrugada de principios de otoño ―comenta el hombre apoyando su barbilla entre sus manos, mientras que sostiene sus brazos con la mesa frente a él.
―Bueno, si es así, será mejor que comiences a contar lo que sucedió después… aún falta mucho de la historia… Y para serte franco, me agrada por donde va… ―dice nuevamente el interrogador.

―Claro, como ordene, señor Lyonel… será todo un placer... ―le contesta con suspenso al interrogador, para luego colocarse en una posición más cómoda en la silla metálica en la que se encuentra, para poder contar la más importante historia de su vida.

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